Hoy, Lunes 5 de enero del 2015, no es un lunes cualquiera. Hoy muchos de nosotros bajamos de nuestras nubes y volvemos a la realidad después de un fin de semana inusual y (des)afortunadamente largo. Hoy es el primer lunes de un año que empieza, al menos para mí, totalmente random, en donde la vida se pasa, pero ya se pasa de payasa… pero bueno, supongo que esa es una de las gracias de comenzar un nuevo año ¿verdad? En realidad si así comienza, no puedo imaginar cómo va a terminar ni a dónde me va a llevar (aparte de al suicidio, queda claro), y eso, mal que bien, me emociona mucho.
Como decía, hoy no es un lunes cualquiera, y hoy no estoy con ganas de hacer los chistes que siempre hago. Hoy tengo ganas de sentarme a reflexionar sobre las equivocaciones que uno comete en la vida, porque estoy segura de que no soy la única que regresa a la realidad de este fin de semana con un marullo de olvidos atados a la espalda y acuchillando la (in)conciencia.
¿Se han puesto a pensar en cuántas veces se han equivocado en sus vidas? Vamos, yo me he pasado varias tardes (ya que por el momento no tengo internet en mi casa y no tengo nada más que hacer que pensar) tratando de recordar todo los errores –o por lo menos los más resaltantes- que he cometido en mi vida desde que era chica. Y fallé en el intento, por supuesto, porque son demasiados. Demasiados. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que así pudiera retroceder el tiempo, habrían algunos que definitivamente volvería a cometer. Y es que hay errores y errores; los hay de aquellos que cometes sin intención en absoluto (usualmente son esos los que no volverías a cometer ya que no fueron algo planeado), pero también hay errores que son cometidos con toda la disposición y la conciencia del mundo. A esos errores hoy quiero llamarlos “los errores placenteros”.
Los errores placenteros, a mi entender, son aquellos que tú eliges cometer a plena conciencia, aquellos que ya llevaban buen tiempo rondando tu cabeza como gallinazos a la espera de un segundo de inflexión, pero que el Superyo tan imponente siempre te había hecho evitar, por tu bien (?). Tú sabes que están mal, lo sabes y lo recontra sabes; sabes también que podrías evitarlos y la forma en que podrías evitarlos, y de hecho muy probablemente hasta los hayas evitado un par de veces, pero llega un punto en el que simplemente es demasiado y ya no lo haces, no se te da la gana de alejarte del terreno minado a pesar de todos los signos de «Warning» y «La casa no se responsabiliza por daños y prejuicios», porque te quieres equivocar y porque YOLO. Lo quieres. A veces, me atrevería a decir, hasta lo necesitas ¿para aprender? Sí wean.
Ejemplos de errores placenteros hay varios y de diferentes tipos, desde haberte comido ese choripan con todas las cremas por el que se te hacía agua la boca, sabiendo que tus pantalones te gritaban «NO LO HAGAS, PORKY»; pasando por pedir ese otro shot de cualquier cosa que sabías que te iba a enviar al abismo más oscuro, pero que de alguna manera te estaba guiñando el ojo; el apagar tu despertador para dormir «5min más» sabiendo que en verdad iban a ser como 30min y que ni a balas llegabas a tu cita a tiempo; hasta haberte chapado a esa persona que sabías que no debías, pero que simplemente tenías que hacerlo porque más vale pedir perdón que permiso, etc… ¡Tantas cosas! estos errores son diversos y usualmente permutan en tremendas historias que formarán parte del bagaje de experiencia que, cuando tengamos canas, contaremos a nuestros nietos… O, en su defecto, a quienes quieran escucharnos. Y la verdad es que sí pues, equivocarnos a propósito hasta resulta divertido. Guilty pleasure que le llaman.
Estuve pensando acerca del motor de estos errores y creo no equivocarme al decir que lo que los causa son las pasiones, y por ende la emoción que estas generan. Uno se equivoca a propósito solamente en algo que, mal que bien, le gusta o le apasiona, y nosotros somos seres apasionados (yo lo soy, espero que ustedes también lo sean porque si no, mis condolencias) y buscamos sentirnos bien. Estos errores placenteros, aunque malos desde cierto punto de vista -porque casi todo es relativo en esta vida- buscan proporcionarnos esa sensación de placer y realización, como cuando te haces la pis muy feo, por horas, y por fin encuentras un baño, como un oasis en un desierto, algo así. Y una vez que los cometes tienes dos caminos: respirar aliviado y decir «ya estoy y aquí me doy», es decir contentarte con que ya hiciste tu payasada y ahí murió la flor; o en su defecto, volverte reincidente, ya sabes que una hamburguesa otro día lleva a una salchipapa, un shot más lleva a una botella de jagger (felizmente yo odio el jagger), 5min más llevan a rezagar tu examen parcial o final, y un beso te puede llevar a cualquier lado (menos a tu casa).
Pero eso ya depende de ti y de cuánto valga para ti tu costo de oportunidad. Maldito y bendito término financiero que ha resultado ser piedra angular en mi vida, y apuesto a que en muchas de las suyas también. Todo se reduce al costo de oportunidad, a fin de cuentas.
Equivocarnos a propósito es bravazo, no lo voy a negar. Mi único consejo es que lo hagan a conciencia, porque llega un punto en la reincidencia, que el hecho de que sea a propósito no necesariamente implica que siga siendo consciente y razonable. Y es ahí, cuando se deja de lado la frialdad del discernimiento consciente, en que te vuelves más propenso a perder potestad de tus decisiones. y perder la potestad de tus decisiones significa, en otras palabras, que estás cagado. Aquí ya deja de ser divertido y simplemente comienza a estar mal. No quiero decir con esto que estos errores no valgan la pena, en mi opinión muchos lo valen, porque si están en tu mente es por algo, puede que hoy por hoy no lo veas, porque uno nunca puede ver claramente cuando la situación está muy cerca o muy fresca, y porque todo se ve mejor desde una perspectiva a sana distancia, pero probablemente de aquí a un tiempo te detengas a pensar en eso y digas «manya, mi nonsense tenía sentido».
De todos los errores, mal que bien (uso mucho este inciso últimamente, damn), uno aprende. De unos más, de otros menos, pero de todos se saca algo. En lo que a mí respecta, yo ya aprendí, por ejemplo, que si voy a la selva, por más que quiera y por más barato que esté, no debo comer mucho plátano maduro con queso y maní a la plancha (la cosa más rica del mundo), o que no debo decir 5min más cuando se trata de un examen (porque de ahí ya me veían haciéndome la enferma en el centro de salud para que me den mi certificado para el rezagado), o que no debo decir «sólo un capítulo más» cuando estoy viendo una serie que me gusta mucho, porque de la nada son las 6am y me tengo que levantar en una hora… entre otras cosas. Pero definitivamente hay cosas que todavía me falta aprender y en las que, creo, me voy a seguir equivocando un poquito más.
Igual, nadie me quita lo bailado.
Cheers.