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Regresar a casa

Ahora para regresar a casa hay que cruzar mares,
Viajar hasta el otro lado del mundo,
Dormir en aeropuertos,
Tener que soportar alergias de avión,
Correr para no perder vuelos,
Cargar pesadas maletas
Que mis brazos siempre enclenques pueden a las justas levantar.

Ahora para regresar a casa hay que controlar la ansiedad
Y los pensamientos intrusivos que el peligro de volar causa
Los futuros improbables y trágicos que la mente presenta
Y el riesgo de contraer alguna nueva pandemia que esté volando por ahí en el aire.

Pero siempre es y será bueno regresar a casa,
Para recordar de dónde uno viene,
Para agradecer por la suerte que uno tiene,
Para reafirmar que hay mucho trabajo por hacer en casa.
Por cambiar,
Por transformar.

Ahora regresar a casa duele un poco,
Aunque también causa una alegría tremenda.
Pero mezclada con dolor, sí.

Ahora al regresar a casa es inevitable que caigan algunas lágrimas
Por las cosas que sabes que dejaste para bien
Pero que son parte de quién eres
Y que de alguna forma te hacen falta.
Que dejaron agujeros en tu alma
Imposibles de rellenar en tierras foráneas.

Ahora regresar a casa es duro,
Pero regresar a casa siempre está bien.

Re-conocerse

Hay experiencias en la vida que te zamaquean tanto que realmente suponen un antes y un después en ti. Hace poco me tocó vivir una «mala». No tan terrible en términos de consecuencias objetivamente medibles, pero sí subjetivamente, para mí, dura. Lo pongo entre comillas porque no sé si fue mala en realidad, ya que una vez pasado el torbellino y después de haberlo analizado con cabeza fría, debo decir que el balance final es positivo. Pudo ser peor, pero supongo que es debatible.

Aprendizaje. Experiencia. Autoconocimiento.

Uno camina por la vida pensando que ya vivió muchas cosas. Conforme los años pasan se vuelven más engañosos, porque te dan una prosperidad experiencial falaz. Te olvidas de que hay experiencias que te faltan vivir y que te pueden impactar más de lo que a priori hubieses pensado. Y al olvidarte te vuelves vulnerable a cuánto te puedan afectar, porque te agarran desprevenido, con las defensas abajo y los brazos extendidos al abrazo.

De pronto ni te das cuenta y ya estás inmerso en un huracán tan devastador como Irma en Estados Unidos. De pronto ni te das cuenta y quien tú eras ya no eres, y no logras recordar realmente quién eras. Y no logras reconocer realmente quién es aquella persona que te está devolviendo una mirada confundida en el espejo. Te pierdes. Caes en un bosque oscuro de gritos silenciosos y pensamientos compulsivos, de incertidumbre, de inseguridad, de cuasi locura. Coqueta locura, que algo de adictiva tiene.

Te pierdes, no entiendes.

Vives en esa espiral errante hasta que, de a pocos, regresas. Después de haber buceado en las profundidades del caos. De a pocos regresas, de a pocos recuerdas. Y ya comienzas a reconocer, de a pocos, a aquella persona otrora extraña frente al espejo.

Cuando vuelves a la luz y recobras la lucidez ya no eres el mismo. Tu yo anterior se quedó en el pasado junto con tu feliz ignorancia. La experiencia te cambia. Ahora te conoces más porque además de conocerte a ti, conoces también a tu otro yo, al yo del caos, a tu yo del contexto desfavorable.

Te re-conoces. Y al re-conocerte ya puedes comenzar a construir y ajustar aquello que andaba un poco (o muy) suelto y que antes no habías notado o habías dejado de lado. Y al re-conocerte ganas más control sobre lo único que realmente puedes controlar: tú mismo y tus decisiones.

Decía líneas arriba que el balance es positivo, porque, a fin de cuentas, el conocimiento es poder.

Suave

Es sorprendente el poder que tienen los años:
pueden volver hasta al mármol más duro
en una pieza de algodón.

El tiempo, la corrosión, el viento,
todos cómplices del cambio
traducidos en experiencias.

Experiencias que te marcan
forman, destruyen,
recrean.

Del mármol que yo era ya solo quedan algunas partes
que suelen activarse de acuerdo a la ocasión,
temporalmente.

Mas debo decir que de mí,
la mayor parte,
se ha vuelto suave.

¿Qué es lo que más deseas en la vida?

Todo el mundo quiere poder responder a la pregunta de qué es lo que más desea en la vida. La respuesta que muchos están buscando, la respuesta del camino, del plan de acción. Paradójicamente, casi nadie lo sabe. Tanto hablaba Sócrates de la importancia del autoconocimiento, no era por las puras, ¿ya ves?

Lo que más deseas. Tu fin último. Tu entelequia. Tu razón de ser. ¿Qué es?

Divagamos en un torbellino de tacos, corbatas, ascensores, rostros enmascarados y formalidades innecesarias. Nos hacen creer que este es el único camino, que así debe de ser, que es lo correcto, lo «nice», lo socialmente aceptado. Divagamos los soñadores, un poco confundidos. Comienzan los dolores de cuello y de espalda por el “no sé qué” que en realidad sí sabemos. Este no es nuestro lugar. No es el lugar correcto.

Confía en la vida sabia, que sabrá llevarte a los lugares indicados. Confía en la catarsis de palabras, confía en las lágrimas que ocasionalmente derramas que demuestran tanta emoción, tanta pasión. Confía en tu voz fuerte y en tu rostro sereno. Confía también en los momentos en los que pierdes los papeles porque te muestran en tu estado más puro, más tuyo, más humano.

Quiérete mucho y confía en la vida. Quiérete mucho y confía en que tus buenas acciones darán frutos. Pero principalmente, quiérete mucho. Total, ¿qué es lo peor que puede suceder?

Y ahora, una canción: https://www.youtube.com/watch?v=C_pfMoUVNPwmaitena

Música y Chelas

Dicen que la felicidad no es una condición, sino un estado. Sincrónico, no diacrónico. Que la felicidad de la vida está compuesta de momentos, no necesariamente sucesivos y sí, yo suscribo...

libre

A veces los mejores placeres de la vida yacen en las cosas más simples y cotidianas…

Era una noche de invierno limeño, llovía un poco — si es que se le puede llamar lluvia a ese capricho de las nubes, que a veces parece sólo estar hecho para empañarnos los lentes a los miopes como yo, sólo por joder yo salía de la universidad y decidí caminar a casa. Se me antojó. Caminar para mí es una fuente de placer.

Es un ritual casi religioso el que sigo cuando camino: saco mi celular — confiando siempre en que no me van a robar porque tengo la suerte del miope  desenredo mis audífonos con mucho cuidado, los conecto, me los pongo, abro Spotify y desaparezco. Me pierdo en la música. Me pierdo como cuando Frodo se pone el anillo del poder y todo se ve borroso a su alrededor, como si estuviese en otra dimensión. Canto — aunque cante mal, no me importa  mientras camino. Canto alto y a veces bailo un poco. Es hermoso, de verdad. La gente a veces me mira un poco raro, pero ya van 23 años que me han hecho acostumbrarme a eso y… para mí es hermoso.

Durante mi trance pasé por una bodega, casi inconscientemente me acerqué y como por instinto mi boca articuló el pedido mágico:

– Una chela por favor

– ¿Cuál de todas desea?

– Pilsen… Cuzqueña… bah, cualquiera menos Quara…

No hubo mayor razonamiento en esa acción, en mi pedido, en mi respuesta. Creo que fue instinto… y no se puede hacer nada contra el instinto. Sonaba la radio, alguna canción de cumbia de alguna emisora limeña… tan limeña. La voz de la chica decía que Lima estaba a 15° C en ese momento, frío eh — aunque yo no sentía nada porque llevaba puesta una chompa que parece el abrigo de Jon Snow en el Muro — pero no importaba, esa noche era una buena noche para caminar y yo estaba decidida a caminar. Recibí mi vuelto, me volví a poner los audífonos, cogí mi chela y comencé de nuevo.

Recuerdo la sensación del viento frío y las gotitas de lluvia golpeándome buena onda. Recuerdo que ya no me pareció tan buena onda cuando me comenzó a despeinar exageradamente, porque mi cabello es un tema difícil. Ondulado, largo, complicado, rebelde… Es mi cabello, a fin de cuentas. Tanto fue así que me vi obligada a parar un momento para aprisionarlo en un moño y poder seguir avanzando tranquila. La música era exquisita, y la música, más mi chela aún más; y la música, más mi chela, más el viento, más la lluvia… aún más. Había puesto la música de forma aleatoria, pero la mayoría de la música que yo escucho mientras camino tiene algo en común: voces gruesas, fuertes, que evocan cuero, tatuajes y sonrisas torcidas. En todo eso soy constante, en todo eso que me encanta. Hasta las canciones que me traían recuerdos tristes me encantaron esa noche. Respiraba hondo, caminaba dando sorbos a mi chela, y todo estaba bien. Sonreía.

40 minutos pasaron demasiado rápido para mi gusto. 40 minutos de la universidad a mi casa, a paso lento. De pronto salí del trance, «abrí» los ojos y me encontré en la puerta de mi casa. Mis manos habían puesto pausa a la música en mi celular, mi chela ya estaba vacía. Por inercia comencé a buscar mis llaves en algún rincón de mi cartera cada vez que me demoro en encontrar mis llaves recuerdo que odio usar cartera  cuando las encontré, abrí la puerta con una sonrisa. Estaba tranquila, estaba feliz. Entré a casa.

De la vida y los errores

De la vida y los errores he aprendido varias cosas.

He aprendido por ejemplo el valor de una sonrisa en el momento preciso,
la importancia de respirar profundo para calmarte antes de contestar.
He aprendido a ponerme en el lugar del otro antes de juzgar
y a reírme de mí misma antes que de los demás.

He aprendido a aceptar que hay cosas que no puedes arreglar por más que quieras,
que hay cosas que están fuera de tu rango de control.

Por la vida y los errores he sufrido.
He sufrido desilusiones y muchos nudos en la garganta.
Han caído lagrimas de frustración por mi rostro
y he coqueteado con la histeria como si fuese un chico más.

De la vida y los errores he sacado mis mejores ideas
y los temas de inspiración para cada una de las cosas que escribo.
Las imágenes ficticias de las historias que cuento,
y el material de la mayoría de mis sueños.

Por la vida y los errores he aceptado
que está bien sentirse mal un día
siempre y cuando al día siguiente despiertes con la frente en alto.
He aprendido que hay olvidos que está bien olvidar.

Pues la vida y los errores me han enseñado
a aceptarme y a quererme,
a ser esta mujer fuerte, valiente -aunque a veces incongruente-
Que tantos años me ha costado,
aquella que siempre mira de frente.

Comfortably Numb

A veces, debo admitir, todavía pienso en cosas en las que ya no debería pensar.

Llámalo masoquismo, llámalo terquedad, si quieres obstinación. Adjetívalo como quieras, pero ahí está. Pienso mucho, pienso y pienso, y en mi mente un TOC TOC TOC, TOC TOC TOC que no se detiene. Compulsiones, aprensiones, recurrentes, persistentes. Y por sobre todo, frustraciones. He leído que es así como se estresa la gente -pues, de razón que me anda doliendo tanto la espalda. Pero ¿realmente vale la pena flagelarse por un pasado que ya pasó? Si debería estar pisado.

Valgan verdades, el pasar de los años significa nada para una mente así de terca, y aquí somos muchos cargando la cruz. Ni los años, ni las canas, ni las arrugas, ni los olvidos cortesía de mi averiada memoria han podido con esto. Y es un círculo vicioso que siempre termina y comienza en el mismo punto, en aquel en que me pregunto ¿tú qué piensas? ¿tú me piensas?

Luego claro, entra la experiencia, pienso mejor y me respondo siempre: mejor no saber… mejor no saber. Y así se sigue pasando la vida…

Concupiscencia

Escrito el 15 de mayo del 2009, yo tenía 16 años. No logro recordar por qué.

Sal a la luz de tus más recónditos pensamientos
y libera sentimientos que te cuesten aceptar.
Dame libertad en esta celda de cemento,
permíteme gozar en este desastre de pensamientos.
Hacer lo que quiera, yo quiero.
Volar.
¿Qué quieres, esperas, pretendes de mí?
Concupiscencia, mi musa, en toda su indecencia.
No siempre tienen que entenderte, no muchas personas lo harán.
Piensa.
¿Es necesario esconderme tras este disfraz?
Salta, ríe, goza, besa.
Hasta el más ínfimo segundo supone una oportunidad
de desatar aquellas oleadas de pasión pugnando por salir.
Desesperación que empaña las lunas de tu ambivalente,
impenetrable, desastroso corazón.
Actúas de manera tan incomprensible,
bipolar.
No me juzgues luego por sólo querer jugar.
No puedo decir cómo me siento,
porque me siento adormecida y ya no siento ya,
desde hace mucho tiempo.
Dame algo en qué pensar,
risas estridentes, recatadas,
pero dámelas ya.

Serie de YOLO-Finanzas en la Vida

¡Hola!

YA ACABÉ MI TESIS, AHORA SÍ ME VAN A TENER QUE SOPORTAR TODAS LAS SEMANAS.


Hoy voy a comenzar con una serie de posts que tengo en mente desde hace UUUFFF (ayer), no mentira, en serio desde hace tiempo jeje. Quiero hablar sobre las FINANZAS EN LA VIDA.

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Finanzas, finanzas, qué hermoso curso. Los alumnos y egresados de mi facultad le tenemos especial cariño a los cursos de la rama financiera y también a los profesores 🙂 (espero que esto los ayude a que les suban el 0.5 que les falta para aprobar en la reca). Y a mí siempre me han ENCANTADO las finanzas. Bueno, reformulo:

A mí siempre me han ENCANTADO los CONCEPTOS de finanzas, porque de hecho los relacionaba a cualquier cosa que no sean cosas de finanzas, y eso era chévere. Mi vida se volvió más feliz cuando me di cuenta de que los conceptos financieros que tanto nos hacían sufrir en ámbitos operativos #WACCNuncaMás #TengaPiedadPROSOR eran súper útiles y ultra replicables en la vida cotidiana. Estos son los conceptos de los que quiero comenzar a escribir hoy:

– Costo hundido

– Costo de oportunidad

– Diversificación del riesgo

– Decisiones de inversión

Siempre he pensado que la manera más fácil de aprender es relacionando aquello que lees o te enseñan con cosas que ves en el mundo real y experiencias a las cuales puedas hacer un link directo. Van a ver cómo son conceptos súper simples de entender, relacionar y adoptar.

Y espero que se rían un poco en el proceso. A mí me ayuda mucho.

(Y también probablemente piensen que estoy un poco loca, pero bueno, gajes del oficio)

Cheers.

El placer de equivocarse

Hoy, Lunes 5 de enero del 2015, no es un lunes cualquiera. Hoy muchos de nosotros bajamos de nuestras nubes y volvemos a la realidad después de un fin de semana inusual y (des)afortunadamente largo. Hoy es el primer lunes de un año que empieza, al menos para mí, totalmente random, en donde la vida se pasa, pero ya se pasa de payasa… pero bueno, supongo que esa es una de las gracias de comenzar un nuevo año ¿verdad? En realidad si así comienza, no puedo imaginar cómo va a terminar ni a dónde me va a llevar (aparte de al suicidio, queda claro), y eso, mal que bien, me emociona mucho.

Como decía, hoy no es un lunes cualquiera, y hoy no estoy con ganas de hacer los chistes que siempre hago. Hoy tengo ganas de sentarme a reflexionar sobre las equivocaciones que uno comete en la vida, porque estoy segura de que no soy la única que regresa a la realidad de este fin de semana con un marullo de olvidos atados a la espalda y acuchillando la (in)conciencia.

¿Se han puesto a pensar en cuántas veces se han equivocado en sus vidas? Vamos, yo me he pasado varias tardes (ya que por el momento no tengo internet en mi casa y no tengo nada más que hacer que pensar) tratando de recordar todo los errores –o por lo menos los más resaltantes- que he cometido en mi vida desde que era chica. Y fallé en el intento, por supuesto, porque son demasiados. Demasiados. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que así pudiera retroceder el tiempo, habrían algunos que definitivamente volvería a cometer. Y es que hay errores y errores; los hay de aquellos que cometes sin intención en absoluto (usualmente son esos los que no volverías a cometer ya que no fueron algo planeado), pero también hay errores que son cometidos con toda la disposición y la conciencia del mundo. A esos errores hoy quiero llamarlos “los errores placenteros”.

homero

Los errores placenteros, a mi entender, son aquellos que tú eliges cometer a plena conciencia, aquellos que ya llevaban buen tiempo rondando tu cabeza como gallinazos a la espera de un segundo de inflexión, pero que el Superyo tan imponente siempre te había hecho evitar, por tu bien (?). Tú sabes que están mal, lo sabes y lo recontra sabes; sabes también que podrías evitarlos y la forma en que podrías evitarlos, y de hecho muy probablemente hasta los hayas evitado un par de veces, pero llega un punto en el que simplemente es demasiado y ya no lo haces, no se te da la gana de alejarte del terreno minado a pesar de todos los signos de «Warning» y «La casa no se responsabiliza por daños y prejuicios», porque te quieres equivocar y porque YOLO. Lo quieres. A veces, me atrevería a decir, hasta lo necesitas ¿para aprender? Sí wean.

Ejemplos de errores placenteros hay varios y de diferentes tipos, desde haberte comido ese choripan con todas las cremas por el que se te hacía agua la boca, sabiendo que tus pantalones te gritaban «NO LO HAGAS, PORKY»; pasando por pedir ese otro shot de cualquier cosa que sabías que te iba a enviar al abismo más oscuro, pero que de alguna manera te estaba guiñando el ojo; el apagar tu despertador para dormir «5min más» sabiendo que en verdad iban a ser como 30min y que ni a balas llegabas a tu cita a tiempo; hasta haberte chapado a esa persona que sabías que no debías, pero que simplemente tenías que hacerlo porque más vale pedir perdón que permiso, etc… ¡Tantas cosas! estos errores son diversos y usualmente permutan en tremendas historias que formarán parte del bagaje de experiencia que, cuando tengamos canas, contaremos a nuestros nietos… O, en su defecto, a quienes quieran escucharnos. Y la verdad es que sí pues, equivocarnos a propósito hasta resulta divertido. Guilty pleasure que le llaman.

Estuve pensando acerca del motor de estos errores y creo no equivocarme al decir que lo que los causa son las pasiones, y por ende la emoción que estas generan. Uno se equivoca a propósito solamente en algo que, mal que bien, le gusta o le apasiona, y nosotros somos seres apasionados (yo lo soy, espero que ustedes también lo sean porque si no, mis condolencias) y buscamos sentirnos bien. Estos errores placenteros, aunque malos desde cierto punto de vista -porque casi todo es relativo en esta vida- buscan proporcionarnos esa sensación de placer y realización, como cuando te haces la pis muy feo, por horas, y por fin encuentras un baño, como un oasis en un desierto, algo así. Y una vez que los cometes tienes dos caminos: respirar aliviado y decir «ya estoy y aquí me doy», es decir contentarte con que ya hiciste tu payasada y ahí murió la flor; o en su defecto, volverte reincidente, ya sabes que una hamburguesa otro día lleva a una salchipapa, un shot más lleva a una botella de jagger (felizmente yo odio el jagger), 5min más llevan a rezagar tu examen parcial o final, y un beso te puede llevar a cualquier lado (menos a tu casa).

Pero eso ya depende de ti y de cuánto valga para ti tu costo de oportunidad. Maldito y bendito término financiero que ha resultado ser piedra angular en mi vida, y apuesto a que en muchas de las suyas también. Todo se reduce al costo de oportunidad, a fin de cuentas.

Equivocarnos a propósito es bravazo, no lo voy a negar. Mi único consejo es que lo hagan a conciencia, porque llega un punto en la reincidencia, que el hecho de que sea a propósito no necesariamente implica que siga siendo consciente y razonable. Y es ahí, cuando se deja de lado la frialdad del discernimiento consciente, en que te vuelves más propenso a perder potestad de tus decisiones. y perder la potestad de tus decisiones significa, en otras palabras, que estás cagado. Aquí ya deja de ser divertido y simplemente comienza a estar mal. No quiero decir con esto que estos errores no valgan la pena, en mi opinión muchos lo valen, porque si están en tu mente es por algo, puede que hoy por hoy no lo veas, porque uno nunca puede ver claramente cuando la situación está muy cerca o muy fresca, y porque todo se ve mejor desde una perspectiva a sana distancia, pero probablemente de aquí a un tiempo te detengas a pensar en eso y digas «manya, mi nonsense tenía sentido».

De todos los errores, mal que bien (uso mucho este inciso últimamente, damn), uno aprende. De unos más, de otros menos, pero de todos se saca algo. En lo que a mí respecta, yo ya aprendí, por ejemplo, que si voy a la selva, por más que quiera y por más barato que esté, no debo comer mucho plátano maduro con queso y maní a la plancha (la cosa más rica del mundo), o que no debo decir 5min más cuando se trata de un examen (porque de ahí ya me veían haciéndome la enferma en el centro de salud para que me den mi certificado para el rezagado), o que no debo decir «sólo un capítulo más» cuando estoy viendo una serie que me gusta mucho, porque de la nada son las 6am y me tengo que levantar en una hora… entre otras cosas. Pero definitivamente hay cosas que todavía me falta aprender y en las que, creo, me voy a seguir equivocando un poquito más.

Igual, nadie me quita lo bailado.

Cheers.