Ese barco ya zarpó

Hoy Lucas apareció de nuevo después de semanas de silencio y extrañez. Debo admitir que me sorprendí cuando se abrió la ventana de Messenger, revelando un -imagino/infiero/deduzco- tímido «Hola«.

No hay nada que me rompa más el corazón que comenzar con un «Hola» una conversación con alguien con quien has pasado tanto tiempo y a quien has querido tanto. La gente que se quiere nunca se dice «Hola«, ni siquiera los amigos la utilizan. Esa es una palabra que utilizan los extraños para armar conversación, una palabra de solo conocidos, de esos con los que nunca hablas y de pronto te piden un favor. «Hola» es una palabra terrible y lejana, a mi parecer.

Bueno, le respondí el saludo tratando de ser lo más ligera posible y comenzamos a conversar. Y el corazón se me iba rompiendo cada vez más. Fue una conversación terrible: falta de palabras escritas (especifico escritas porque estoy segura de que en nuestras mentes las palabras sobraban pero se mantuvieron flotando en lo que ninguno dirá), falta de temas de conversación (no por falta de interés, sino por exceso de orgullo), un cuasi insoportable small talk (y Dios sabe, Dios sabe cuánto odio el small talk) y un exceso de «jajás» forzados. Sí, de esos de dos sílabas, de esos que sabes que no son risa genuina (porque todo el mundo sabe que la risa genuina consta de mínimo tres jás). Pues nada, en conclusión, fue horrible.

Y entre aquellas líneas de cháchara vacía y superficial, flashbacks de los good-old-days venían a mi mente: las conversaciones de horas sobre la vida, los orígenes del universo o, si se nos antojaba, la historia no contada de la hormiga que veíamos pasar sentados en el suelo tomando una cerveza; las sesiones de interpretación filosófica de canciones que hacíamos mínimo una vez por semana; los planes a futuro, las maestrías, los viajes; y, sobre todo, los bailes. Los bailes que nos hicieron conocernos y enamorarnos en el escenario. Todo esfumado, todo pasado, pisado, olvidado. Ahora estaba hablando con un extraño, uno más, uno de esos que conozco un día/noche, sonrío, hablo un momento, encuentro poco interesante y no vuelvo a hablar jamás.

Y mientras todo esto pasaba por mi mente, como si hubiese podido leerla a través de esa conexión cuasi metafísica que crean las ventanas de chat, Lucas me preguntó: «¿qué extraño, no? así no era esto«. A lo que no tuve más remedio que responderle, con letal sinceridad: «bueno, nada, supongo que ese barco ya zarpó».

Inmediatamente me apareció el check que indicaba que Lucas había leído el mensaje, y, sin esperar una respuesta, cerré el computador. Y es que la verdad es que hay ventanas que es mejor no volver a abrir.

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